LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS

Con permiso de García Lorca, otras lágrimas me han conmovido más. Las lágrimas del torero Serafín Marín en el parlamento de Catalonia muestran la impotencia de los taurinos tras la votación en la que se aprobó la prohibición de los toros. Muchos sentimos esas lágrimas de alguna forma por dentro o por fuera de nosotros. Tuve la desgracia de ver en directo, vía internet, como una fiesta cultural que escribió Lorca, pintó Picasso y cantó Camarón entre otros muchos, fue asaltada por un grupo independentista. Bueno, no sólo independentista pues los socialistas catalanes, con su decisión de dar libertad de voto, restaron seis apoyos a la fiesta aunque ellos los ganaran para seguir gobernando…siempre cuestión política.

Ahora es el momento de hacer cuentas. Los 300 millones de euros de indemnización deberán salir del bolsillo de los de “la pela es la pela”. Pero ¿quién indemnizará a los aficionados taurinos que residen en Catalonia?, ¿qué explicación se les dará a los niños taurinos de esa comunidad autónoma cuando crezcan? Estoy cansado de escuchar sandeces de los antitaurinos a las puertas de las plazas de toros del estilo “vaya educación de la dan a sus hijos” pues desde mis tres años veo corridas de toros y no soy un maltratador.

La libertad de expresión no tiene nada que ver con la provocación en las plazas de toros. Piensen si un 20N va alguien con una bandera del PC al Valle de los Caidos, ¿por qué ahora es diferente?

Esto no lo hago desde la rabieta a raíz de la prohibición, sino desde la perspectiva de un taurino apenado y que está dudando del progresismo y la democracia en todos los puntos de España. Pero no digan que no quieren toros, que sí los quieren. Lo que buscan ustedes es una Cataluña grande y libre con las leyes y catalanes hechos a su imagen y semejanza, recordado a otro nazionalista de pro que tuvo la historia.

Antes, cuando mandaba un tal Francisco Bahamonde, los ciudadanos iban a Francia a ver pechos, ahora lo harán a ver toros. Olé por el progresismo catalán.

Ignacio Peláez